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“Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia” Así invoca el profeta Isaías la necesidad que siente, él como profeta y que percibe en el pueblo de Israel, de que venga Dios y more en medio de nosotros.

Enviado por Unknown el lunes, 1 de diciembre de 2014 | 7:20 p.m.

“Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia”
 Así invoca el profeta Isaías la necesidad que siente, él como profeta y que percibe en el pueblo de Israel, de que venga Dios y more en medio de nosotros. Este grito del profeta Isaías, que lo hace en nombre del pueblo, también es oportuno para que todos nosotros digamos a Dios: “Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia”. Este grito fue proclamado aproximadamente quinientos años antes de la venida de Cristo. Cinco siglos pasaron y Dios rasgó los cielos y bajó, pero no bajó estremeciendo las montañas ni imponiéndose por su omnipotencia; no bajó de forma espectacular ni tampoco de forma apabulladora, sino que lo hizo de la manera más sorprendente, impensable para el pueblo de Israel: naciendo como uno de nosotros, de una mujer pobre, de una mujer que no tenía ni siquiera donde reclinarlo el día de su nacimiento.

Esta primera venida de Jesús, este momento de estar en medio de nosotros, nos dice que Jesús está todavía de forma misteriosa, sencilla, y humilde presente entre nosotros. “Señor, tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos”. La razón de la venida de Cristo al mundo de esta manera es, precisamente, para que cobremos conciencia de que debemos moldearnos dejándonos en las manos de Dios Padre, pero al mismo tiempo de forma consciente, utilizando plenamente nuestra voluntad y nuestra libertad. Por eso lo hizo así el Señor viniendo de una forma sencilla como uno más en medio del mundo, sufriendo las mimas condiciones de vida de todo ser humano, incluso la injusticia mayor de ser condenado a muerte, sin sentencia y sobre todo sin justicia. Como lo dice el profeta Isaías: “Nuestra justicia era como trapo asqueroso”. Cuando el hombre encuentra a Dios, la justicia cambia, se transforma, y cuando el encuentro se hace con toda la sociedad, entonces se percibe en la misma sociedad. Por eso es que el plan pedagógico de Dios, ha dejado que transcurran los siglos después de su primera venida, dejando un tiempo intermedio de la humanidad hasta el fin del mundo, hasta la llegada de la segunda venida de Jesucristo como juez misericordioso.

Esta es la razón de este tiempo del adviento: es un tiempo litúrgico previsto para tomar conciencia de lo que Dios ya ha hecho con nosotros y de lo que todavía puede hacer para beneficio nuestro. Por eso nos pide en el Evangelio que estemos atentos, velando, vigilantes, disponiéndonos, porque Cristo está en medio de  nosotros, pero de forma sutil, de forma misteriosa, de forma sencilla porque lo está en cada uno de nosotros, en nuestro prójimo. Y ahí es difícil descubrir a Dios, porque nosotros por tendencia natural miramos en los demás sus defectos, no sus cualidades, menospreciamos sus fragilidades y equivocaciones; pero no valoramos su creatividad y su potencialidad de vida. Y descubrir a Dios en el prójimo no es tarea sencilla. Por eso tenemos constantemente que venir a la Eucaristía, escuchar la palabra de Dios y recordar que efectivamente a pesar de nuestra dificultad de descubrirlo a él presente en el mundo, sin embargo, por la fe, lo podemos descubrir.

Velemos pues y estemos atentos. Este tiempo del adviento, es un tiempo en el que puede realizarse lo que pasó en la comunidad de Corinto y que expresa San Pablo en la segunda lectura: “Cristo ha confirmado en ustedes a tal grado, los dones, los carismas, mientras están con esa vigilancia a la segunda manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Los ha enriquecido con abundancia a todo lo que se refiera a la palabra y al conocimiento”. Esto es lo que sucede en una comunidad cristiana cuando nos ayudamos unos a otros a valorarnos, a poner en el centro la dignidad humana, a respetar a toda persona y a descubrir en ella la presencia de Dios. Entonces el Señor suscita en medio de nosotros los dones y carismas que la comunidad necesita para seguir creciendo, para seguir descubriendo y llegar a la experiencia del amor. Ese es el tiempo del adviento queridos hermanos. Aprovechémoslo, son tres semanas, casi cuatro, en vista de la Navidad. Que nuestros sentimientos no sean simplemente de llegar a la Navidad como a la fecha de un acontecimiento  ya pasado; sino, tenemos que disponernos en estas semanas para que lleguemos a la Navidad y celebremos un verdadero acontecimiento que se vuelve a actualizar en nuestro tiempo y para favor nuestro: la presencia de Cristo en medio de nosotros.

Feliz Adviento,
Fr. Javier Gordillo Arellano,OFM



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