Diocesis de Celaya:
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Santa Mónica nos demuestra que, “cuando los padres se dedican a la educación de los hijos, guiándolos y orientándolos en el descubrimiento del designio de amor de Dios, preparan ese fértil terreno espiritual en el que brotan y maduran… hombres y mujeres de provecho para la sociedad” (Benedicto XVI, Ángelus, 30 de agosto de 2009).

Enviado por Unknown el miércoles, 27 de agosto de 2014 | 10:18 a.m.

Hoy recordamos a santa Mónica, madre de san Agustín, quien nació en Tagaste, actual Argelia en el siglo IV. Mucho de lo que sabemos de ella nos viene por su propio hijo Agustín, quien en sus Confesiones, escribe:
“Siendo todavía niño… mi madre cuidaba que tú, Dios mío, fueses mi padre… Tú Señor… sacaste mi alma de una profundidad tan oscura… habiendo mi madre, tu sierva fiel, derramado delante de ti… lágrimas por mí” (Confesiones, Libro III, XI, 19).

 “Las cosas… de mi madre… fueron dones y gracias tuyas... obediente a sus padres… servía al marido que le dieron… puso gran cuidado en ganarle para ti… era mi padre por una parte muy benigno y amoroso, por otra muy iracundo y colérico; cuando ella le veía enojado, tenía la advertencia de no contradecirle… después, cuando la ocasión le parecía oportuna, y pasado aquel enojo… le informaba bien del hecho…”(Confesiones, Libro IX, Capítulo IX, 19).

“…por medio de una continua paciencia… supo ganar el ánimo de su suegra… Tú… habías dado a tan buena sierva tuya… excelente don de apaciguar… los ánimos de cualesquiera que estuviesen entre sí reñidos. Se portaba con tal prudencia, que oyendo de ambas partes todas las quejas… nunca descubría a las unas lo que había oído a las otras, sino aquello solamente que podía servir para reunirlas y reconciliarlas” (Confesiones Libro IX, Capítulo IX, 20).

“Además de esto, era mi madre una mujer dedicada a servir a todos… Cualquiera… que la había conocido te alababa, te reverenciaba y te amaba mucho en ella, porque… los frutos de santidad de su vida testificaban que tú estabas presente en su corazón” (Confesiones, Libro IX, Capítulo IX, 21).


“Acercándose ya el día en que había de salir de esta vida… buscábamos en la misma verdad, que eres tú y que estabas presente, qué tal sería aquella vida eterna que han de gozar los santos… cinco días después… cayó enferma… mirándonos a mi hermano y a mí… dijo: lo que únicamente pido y les encomiendo es que se acuerden de mí en el altar del Señor, dondequiera que se encuentren” (Confesiones, Libro IX Capítulo XI, 22. 27).
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