Tanto en el Nuevo como en el
Antiguo Testamento, descubrimos que en el origen de cada vocación auténtica está
el Señor que elige y que invita a seguirle personalmente. Aunque lo hace de
modos muy diversos, lo que está claro es que quien llama es Él. Éste es el
sentido más profundo de la palabra vocación, que significa “llamada”. En el
Evangelio vemos cómo Cristo pasa junto a personas normales y les llama: “Ven,
sígueme”. Invita a seguirle a quienes luego serán discípulos suyos. Fíjate cómo
la iniciativa parte de Él, del Maestro, y por eso la “llamada” o “vocación” no
es una predisposición natural o una inclinación de la persona solamente, sino
ante todo se trata de un don de predilección. Por ello este don de Dios para
quienes lo recibimos no responde a méritos especiales, sino que responde a una
providencia, a un plan, que siempre ha estado presente en la mente y en el
corazón de Dios La llamada es para algo; para hacer algo específico por Él y su
Reino, se trata literalmente de cumplir una misión. Dios quiere nuestra
colaboración para construir su proyecto de salvación. Por lo tanto, la llamada
es a cooperar con Cristo en este mundo para, de esta forma, realizar su
redención. Cada llamada tiene una clave única; es decir, tiene un tipo de
contraseña y se desarrolla en un tiempo y en un contexto determinado trazando
así una historia personal constituida por momentos determinados y cargados de
significado.
Fraternalmete,
Fr. Javier Gordillo Arellano,OFM.
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