Diocesis de Celaya:
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Hermanos dentro del tiempo del adviento estamos celebrando la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. María, Madre de Dios, la celestial Señora, pues ella concibió milagrosamente por obra del Espíritu Santo al Hijo de Dios, participándole para su naturaleza humana de su carne y de su sangre en su vientre virginal. Como Arca de la Nueva alianza lo arropó en su seno purísimo, con el amor más grande de que es capaz la persona humana.

Enviado por Unknown el lunes, 8 de diciembre de 2014 | 5:13 a.m.



SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Hermanos dentro del tiempo del adviento estamos celebrando la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. María, Madre de Dios, la celestial Señora, pues ella concibió milagrosamente por obra del Espíritu Santo al Hijo de Dios, participándole para su naturaleza humana de su carne y de su sangre en su vientre virginal.

Como Arca de la Nueva alianza lo arropó en su seno purísimo, con el amor más grande de que es capaz la persona humana.

De ella nació el Hijo de Dios hecho hombre. Sabemos bien que la maternidad no se agota con engendrar y dar a luz, sino que la relación y la responsabilidad de una madre para con el hijo se continúa a través de toda la vida.

Todo esto se cumple eminentemente en la Madre de Dios; la Virgen de Nazaret, desde el momento en que respondió al mensajero celestial: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” quedó estrechamente unida, como Madre, a la obra redentora de su hijo. Lo llevó en su seno a la casa de Isabel para santificar a Juan Bautista; más delante, como Madre amorosa, mostró a su hijo pequeñito, Salvador del mundo, a los humildes pastorcitos de Israel y a los Magos de Oriente.
En el templo de Jerusalén oyó profetizar a Simeón “Y a ti misma una espada te atravesará el alma”.

Continuó su responsabilidad de madre, para con su Hijo, cada día y a cada momento, en el hogar de Nazaret y en la vida social de aquella población; lo acompañó y asistió en su crecimiento en edad, en sabiduría y gracia de Dios.
Escuchó la palabra de su Hijo Jesucristo a lo largo de su vida pública, siendo ella la primera en guardarla en su corazón y llevarla a la práctica.

Madre fidelísima hasta el calvario; en el momento de la prueba suprema presentó con la plenitud de su amor materno, como ofrenda agradable al Padre celestial, al Hijo nacido de sus entrañas, y en aquel momento pendiente de la cruz, destrozado a causa de nuestros pecados.

Podemos preguntarnos ¿por qué la Madre de Dios y madre nuestra es Santísima?
Porque ella fue predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios; es amada por Dios con un amor infinitamente mayor que el que le tiene a todas las creaturas.

Fue preservada de toda mancha de pecado; es la llena de gracia, así la saludó el ángel. El Padre celestial la colmó con toda clase de dones y bendiciones.
Ella dio de su carne y de su sangre, y llevó en su seno virginal, al que es tres veces santo, es decir, Santísimo, Jesucristo Hijo de Dios hecho hombre. Ella es la Madre de Dios. Por eso es Santísima.

La santidad de María es una seria invitación para cada uno de nosotros a ser santos. Su misión es darnos a Cristo para que en Él seamos santos. En la boda de Caná de Galilea dijo a los criados “hagan lo que Él les diga”. A nosotros nos dice también “hagan lo que Él les diga”; no en cuanto que llenemos de agua unas tinajas de piedra, sino en cuanto a que vivamos según el Evangelio de cada día.

Fr. Javier Gordillo Arellano,OFM.


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