SOLEMNIDAD
DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Hermanos dentro del tiempo del
adviento estamos celebrando la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la
Santísima Virgen María. María, Madre de Dios, la celestial Señora, pues ella
concibió milagrosamente por obra del Espíritu Santo al Hijo de Dios,
participándole para su naturaleza humana de su carne y de su sangre en su
vientre virginal.
Como Arca de la Nueva alianza lo
arropó en su seno purísimo, con el amor más grande de que es capaz la persona
humana.
De ella nació el Hijo de Dios
hecho hombre. Sabemos bien que la maternidad no se agota con engendrar y dar a
luz, sino que la relación y la responsabilidad de una madre para con el hijo se
continúa a través de toda la vida.
Todo esto se cumple eminentemente
en la Madre de Dios; la Virgen de Nazaret, desde el momento en que respondió al
mensajero celestial: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra” quedó estrechamente unida, como Madre, a la obra redentora de su hijo.
Lo llevó en su seno a la casa de Isabel para santificar a Juan Bautista; más
delante, como Madre amorosa, mostró a su hijo pequeñito, Salvador del mundo, a
los humildes pastorcitos de Israel y a los Magos de Oriente.
En el templo de Jerusalén oyó
profetizar a Simeón “Y a ti misma una espada te atravesará el alma”.
Continuó su responsabilidad de
madre, para con su Hijo, cada día y a cada momento, en el hogar de Nazaret y en
la vida social de aquella población; lo acompañó y asistió en su crecimiento en
edad, en sabiduría y gracia de Dios.
Escuchó la palabra de su Hijo
Jesucristo a lo largo de su vida pública, siendo ella la primera en guardarla
en su corazón y llevarla a la práctica.
Madre fidelísima hasta el
calvario; en el momento de la prueba suprema presentó con la plenitud de su
amor materno, como ofrenda agradable al Padre celestial, al Hijo nacido de sus
entrañas, y en aquel momento pendiente de la cruz, destrozado a causa de
nuestros pecados.
Podemos preguntarnos ¿por qué la
Madre de Dios y madre nuestra es Santísima?
Porque ella fue predestinada
desde toda la eternidad como Madre de Dios; es amada por Dios con un amor
infinitamente mayor que el que le tiene a todas las creaturas.
Fue preservada de toda mancha de
pecado; es la llena de gracia, así la saludó el ángel. El Padre celestial la
colmó con toda clase de dones y bendiciones.
Ella dio de su carne y de su
sangre, y llevó en su seno virginal, al que es tres veces santo, es decir,
Santísimo, Jesucristo Hijo de Dios hecho hombre. Ella es la Madre de Dios. Por
eso es Santísima.
La santidad de María es una seria
invitación para cada uno de nosotros a ser santos. Su misión es darnos a Cristo
para que en Él seamos santos. En la boda de Caná de Galilea dijo a los criados
“hagan lo que Él les diga”. A nosotros nos dice también “hagan lo que Él les
diga”; no en cuanto que llenemos de agua unas tinajas de piedra, sino en cuanto
a que vivamos según el Evangelio de cada día.
Fr. Javier Gordillo Arellano,OFM.
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