1. "¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a
los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias,
Padre, porque así te ha parecido bien!" (Mt 11, 25).
Queridos
hermanos y hermanas: Estas palabras de Jesús en el evangelio de hoy son para
nosotros una invitación especial a alabar y dar gracias a Dios por el don del
primer santo indígena del Continente americano.
Con gran
gozo he peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México
y de América, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el
indio sencillo y humilde que contempló el rostro dulce y sereno de la Virgen
del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México.
2.
Dirijo
hoy un saludo muy entrañable a los numerosos indígenas venidos de las
diferentes regiones del País, representantes de las diversas etnias y culturas
que integran la rica y pluriforme realidad mexicana. El Papa les expresa su
cercanía, su profundo respeto y admiración, y los recibe fraternalmente en el
nombre del Señor.
3.
¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico,
como hemos escuchado, nos enseña que sólo Dios "es poderoso y sólo los
humildes le dan gloria" (3,20). También las palabras de San Pablo
proclamadas en esta celebración iluminan este modo divino de actuar la
salvación: "Dios ha elegido a los insignificantes y despreciados del
mundo; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios "(1Co 1,28.29).
Es
conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados
de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava "que glorifica al
Señor" (Lc 1,46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero
Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al
Obispo, descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora.
"El
Acontecimiento Guadalupano -como ha señalado el Episcopado Mexicano- significó
el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa.
El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la
cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de
salvación" (14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un
hondo sentido eclesial y misionero y son un modelo de evangelización
perfectamente inculturada.
4.
"Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres" (Sal
32, 13), hemos recitado con el salmista, confesando una vez más nuestra fe en
Dios, que no repara en distinciones de raza o de cultura. Juan Diego, al acoger
el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la
profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser
hijos de Dios en Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se
convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a
la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual
que abraza a todos los mexicanos. Por ello, el testimonio de su vida debe
seguir impulsando la construcción de la nación mexicana, promover la
fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de
México con sus orígenes, sus valores y tradiciones.
Esta
noble tarea de edificar un México mejor, más justo y solidario, requiere la
colaboración de todos. En particular es necesario apoyar hoy a los indígenas en
sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo los auténticos valores de
cada grupo étnico. ¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a
México!
Amados
hermanos y hermanas de todas las etnias de México y América, al ensalzar hoy la
figura del indio Juan Diego, deseo expresarles la cercanía de la Iglesia y del
Papa hacia todos ustedes, abrazándolos con amor y animándolos a superar con
esperanza las difíciles situaciones que atraviesan.
5. En
este momento decisivo de la historia de México, cruzado ya el umbral del nuevo
milenio, encomiendo a la valiosa intercesión de San Juan Diego los gozos y
esperanzas, los temores y angustias del querido pueblo mexicano, que llevo tan
adentro de mi corazón.
¡Bendito
Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido
siempre por varón santo! Te pedimos que acompañes a la Iglesia que peregrina en
México, para que cada día sea más evangelizadora y misionera. Alienta a los
Obispos, sostén a los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a
todos los que entregan su vida a la causa de Cristo y a la tensión de su Reino.
¡Dichoso
Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y
hermanas laicos, para que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos
los ámbitos de la vida social con el espíritu evangélico. Bendice a las
familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los
padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que
sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad,
marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre
según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre,
para que así se consolide la paz.
¡Amado
Juan Diego, "el águila que habla"! Enséñanos el camino que lleva a la
Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón,
pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios.
Amén.
Publicar un comentario