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Viernes Santo, primer día del triduo pascual

Enviado por Unknown el viernes, 18 de abril de 2014 | 6:03 a.m.







VIERNES SANTO
Comenzaremos nuestra reflexión sobre la muerte del Señor, que celebraremos el Viernes Santo, con la lectura de 2 Cel 214-217. Es patente para cualquier lector que las escenas descritas por Celano son una ceremonia celebrada por San Francisco.

El "pobrecillo" a quien la conciencia de su indignidad le retuvo siempre como diácono, se atreve en esta circunstancia única de su vida a ejercer el papel de sacerdote. Entona el
solemne prefacio de alabanzas, pasando sus últimos días en acción de gracias, e invitando a sus compañeros preferidos a alabar con él a Cristo.

Reúne a sus hijos en su derredor, le dirige largas recomendaciones paternas, al modo de los antiguos patriarcas. pone su mano derecha sobre la cabeza de cada uno de ellos para bendecirlos.

Finalmente, manda que se le traiga un pan, lo bendice, lo parte y lo distribuye entre todos. San Francisco celebra su muerte. No la soporta como una triste necesidad; no le basta vivirla como los demás momentos de su existencia. Hace de ese instante una celebración.


Esta extraña conducta de San Francisco, proclama que la muerte no es lo que de ella se piensa: un alto implacable, sufrido de mala gana y soportado lo más pasiva e inconscientemente posible.

Hasta decimos: qué bueno que ni siquiera se dio cuenta que murió.

Pero hay que tener en cuenta que la muerte es el acto más intenso, más personal y más libre de la existencia. Por más brutal e imprevista que parezca, la muerte no es nunca un accidente. No es el fracaso de la vida: es su triunfo. Porque toda la vida está orientada hacia la muerte, como el árbol hacia el fruto y el grano de trigo hacia la siega.

La muerte no es una acto improvisado, sino, muy al contrario, el instante único preparado durante todos los instantes de nuestra vida. No es una interrupción, sino una culminación.


Es este el sentido de la celebración a que se entrega San Francisco y que Celano nos describe. Al verse próximo a su fin ha pedido que lo trasladen a la Porciúncula, porque quiere acabar su vida religiosa donde la inició.

Se dice que en el momento de morir, toda la vida pasa rápido como en un último acto. Pues en ningún lugar como en la Porciúncula pudo abarcar tan fácilmente toda su vida, porque la iglesita fue testigo de todas las grandes etapas de su búsqueda evangélica (encuentra el Evangelio, recibe a Clara, vive allí).

A esta capilla regresa por última vez a terminar y concluir la obra emprendida. Y tiene la sensación de que toda su vida no ha sido sino una preparación para esta hora suprema, y que va a realizar de golpe lo que viene intentando desde hace 20 años.

Desde que el Señor lo llamó, San Francisco se esmeró en desprenderse de todo. Dejó su vida de placer, su vanidad, su confort, su comercio, sus bienes, su familia. Una pobreza radical lo despojó no solamente de lo que tenía, sino también de su propia voluntad; le vació totalmente de sí mismo; poco a poco fue muriendo a sí mismo.

Ahora la muerte corporal le invita a un desprendimiento total y definitivo. San Francisco, el pobre, comprende que no hay pobreza mayor que la muerte. Y para significar la aceptación de este último acto de expropiación, se hace colocar desnudo sobre la tierra, no aceptando una tosca túnica sino después de habérsele dicho que no era suya.

Seguro de haberse mantenido fiel hasta el fin a las exigencias de su dama pobreza, San Francisco levanta las manos al cielo y glorifica a Cristo con una alegría tan grande: la de poder ir hacia Él completamente libre y desprendido de todo.

San Francisco sabe que la muerte le va a dar al propio Dios. Eso explica la alegría que
escandaliza a algunos hermanos (Elías), la impaciencia que le agita, mientras sus ojos se clavan en el cielo
. No puede ocultar su júbilo en el encuentro con la hermana muerte: ¡Bienvenida seas mi hermana muerte!

El anhelo ardiente de toda su vida toca a su fin. San Francisco ha renunciado a todo para poseer a Dios; se ha esmerado en realizar su paso del mundo a Dios, su Pascua. Llega para él, el momento solemne, el "gran paso"; la puerta que tanto tiempo estuvo tocando, se abre por fin.

No comprenderemos todo esto sino caemos en la cuenta de que San Francisco celebra en su muerte la muerte de Cristo. Si San Francisco adopta esta actitud, es porque ha descubierto en su muerte, como antes lo había' hecho en la Eucaristía y en la Sagrada Escritura, la presencia de Cristo. 


Todos los actos que ejecuta (desnudo en tierra, cena) ... Sabe que su muerte reproduce la de Cristo y la celebra de ese modo porque sabe que es un gran misterio. 
Fr. Javier Gordillo Arellano,OFM.
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